Castigar de nuevo el pensamiento,
romper el alma con costuras deshechas de rencor.
Propiciando que llegue el desequilibrio de la memoria,
para pasar a olvidar los recuerdos
que no acaban por zanjar en cada sombra de tu cuerpo.
Sustituir las palabras,
¿para qué?, ¿para qué se acaben?
Cada palabra es la que es.
Y no tiene sentido sin su valor.
Paso de seguir utilizándolas, paso de decirlas bien o mal.
No tengo declaración de intenciones, ni intenciones que declarar.
Nunca las hubo más que el bienestar de tu presencia y el compartir de tu sonrisa. Respirar, necesito respirar…,
dejar de pensar en todo y en nada.
Reestablecer vidas que no son mías.
¿Y sí el mundo se me acaba?
¡Oh mierda!, el avión no se estrelló y lo deseaba.
Porque practicarse la muerte a uno mismo,
es lo más difícil que se puede haber inventado.
Deseaba con todas mis fuerzas que ese avión se precipitase,
hasta desintegrarse en las aguas.
Claro que mi deseo de muerte no tenía por qué afectar a los otros cincuenta pasajeros,
si es que llegaban a cincuenta.
Necesito volver a mi vida de fines de semanas,
de cuerpos distintos,
de alcohol desenfrenado donde frena mi obsesión.
Yo para sostener mi equilibrio necesito: doparme de pharmaton complex en las resacas, meterme dos valerianas por las noches,
beber y leer a Bukouski.
Me encantaría ser una lámpara,
darle a un interruptor y que se apagara por momentos
y volver a encender para ver si se ha pasado.
Una bombilla siempre se puede recambiar cuando se funde.
¿No te gustaría ser una lámpara?
No porqué sino no podríamos follar.
Si pueden.
Cuando parpadean es porque están follando.
Llegan al clímax y se apagan.
La petit morte de una lámpara.