Recuerdo lo que se me dijo
Acerca de ese pensamiento:
Evítalo
O te dolerá
En su momento.
Y lo hice.
Lo evité cuanto me fue posible
Pero cuando se es
Incapaz de aguardar
O tener paciencia
Hasta para sí mismo,
En fragmentos diarios,
En estancias pensadas,
En merodeos ordenados…
Cuando a uno se lo comen
Las pirañas del entendimiento,
Y crece después entre esporas
De lo suyo.
Se repite.
Mil veces se repite,
hasta que de puro tedio,
reflexiona lo que se le prohibió
y luego juega con la idea
triste y repetida
de lo prohibido,
qué es ligeramente más liviana
que lo concreto y aceptable.
y se aburre de jugar con ella,
de darle vueltas y mirar con
esa mezcla de oclusión
y de delincuencia,
con ese rumor vívido en las venas
y ese sonido de cortinas sospechosas
que piden drenar de temor tu corazón,
así que lo abres…
abres el pensamiento prohibido
y lo lees, en un discurso magnífico,
pero no sucede nada.
ni hoy, ni mañana.
ni a las tres semanas,
ni tras las otras tres.
sólo un día te quejas de un dolor leve
que brota por segundos
y se multiplica a sí mismo
como un algoritmo pernicioso,
como un embalse de lluvia,
y ese latir sólo te recuerda
a lo mismo que te pedía tu
interior más preciado,
en la voluntad denostada de encontrarte
en algo externo, cerrado
ajeno, oculto
y recuerdas que lo habías abierto
y recuerdas que se te había advertido
y entonces dudas de si tú
o tu otro tú
hubieran sido capaces de aguardar.
No.
tu naturaleza de hierba seca
de defecto rugoso en la pared
de imperfección con cierta gracia
dependía de traspasar su propia
ignominia.
de eso, y no de otra cosa,
es de lo que hablan las trepadoras.