Sunday, November 05, 2006

Erasé una vez

Erasé una vez, que se era… No sé sabe muy bien el qué… Vagaba por la calle una mujer con harapos de su armario. Con piel lunar y lunares en ella, estratégicamente colocados para deleitar su placer. Removía con cuidado la taza de su café, bajaba la mirada hacia él, y al mismo tiempo exhalaba una calada de su cigarro con la misma velocidad con la que veía la vida, a pausas forzadas, a marchas dormidas… Capaz de originar las mayores conquistas, sin ayuda de los dioses. ¿Para qué?, para eso estaba ella… ¡Helena!, grité sin más, cada letra de su nombre resbaló por mi boca hasta morir en el aire.
Creo que sonaba sino recuerdo mal “Hope there`s someone” de Anthony and Jhonson’s, cuando la vi por primera vez. Fue en un bar sin nombre, sin aroma y sin sitio fijo. Los sitios siempre estaban dónde estaba ella y todos los bares se llamaban igual… No me atreví nunca a acercarme, siempre esperando en la retaguardia de sus pasos, en el callejón de sus miradas, esperando a que doblara la esquina para seguir a su cintura desbocada en no se sabe cuantas camas de paso…
Ahora vuelvo al principio del recuerdo, ese es un tiempo muy lejano para las palabras y los besos. Mejor dejar las cosas como están, así sin hablar, sin atreverse a remover el ver de esos ojos del misterio que encierran lo que nunca dijo… ¡Cómo me gusta averiguar lo que diría el atrevimiento en sus labios! Y sigo escuchando a Sabina decir que sus caderas cambiaron de acera, pero yo ya había cruzado al otro lado. Demasiado tarde, siempre llega tarde el atrevimiento ¿será cuando único se atreve?
Al fondo de otro bar o el mismo no lo sé muy bien. Helena está sumida en su copa y dando la calda a su cigarro. Ya no es café lo que toma, ahora sólo remueve su copa con vino dentro, supongo…
Y entonces me cansé, me cansé de seguir esperando a ser el vino que corría por su garganta esa noche o ser el humo durante unos segundos en su boca. ¡Qué suerte tienen los vicios! – pensé –. Y ya no hay más tiempo…, que me quedan sólo tú y la incertidumbre de no querer saber más de lo que sé. Qué no me cuentes cuentos que alimenten mi desventura en tu cintura. Qué no me importa, que tus horas no sean las mismas que las que marca mi reloj en medio de esta guerra. En la que me doy por vencida al ver qué tu nombre es más que un nombre de mujer. Y no me preguntes cómo lo sé…

¿Entonces? – pregunté –.
Entonces ¿qué? – dijo ella –.
Nada – contesto –. ¿Qué? – Volví a preguntar –.
Nada – Volvió a contestar –.

Y esas fueron las únicas palabras que intercambiamos en toda la vida que formó parte de la mía… “Again” susurraba Olga Román… Otra vez, otra vez esperando y otro día que mereció la pena estar sin estar a su lado.
Erasé una vez que se era… No sé muy bien el qué… Una mujer llamada Helena, que su nombre moría en el aire, al resbalar cada letra por mi boca, con harapos de armarios, lunares con luna y vicios con fortuna…