Caminado a oscuras por las aceras de la ciudad, que se levanta alrededor de mis pies. Fantasmas deambulando. Bordeando la hipocresía, bailo con los que se enfundan las máscaras de la amistad. Juegos inconscientes que coquetean con el peligro de perder la partida. Observo a los que están a mi alrededor, nada me parece real, nada es verdad. Sólo tú y no estas.
Te explicó: cómo en un clan, se hacen señales que no entiendo, sólo los de su especie. En mi especie me refugio, mi clan me entiende. Estoy fuera.
Entro en el mismo sitio de siempre, buscándola.
Al fondo en la misma esquina del local, la misma mujer, la misma silueta pendenciera. El mismo diablo que me mira desafiante, pidiendo mi redención. Ah! Si pudiera alcanzarte, aunque sólo fuese en los segundos del placer. Rozar a penas tus labios, rozar de forma que nada de lo que está a tu alrededor se inmutase. Merodear con esa ansia felina, marcando el terreno, sin que pudieras salir.
Siempre quise saber... saber..., saber qué estabas en silencio.
Cuando el silencio crece, crece de manera que la angustia no para de asomar.
Razón de más, para meterse dentro, para no salir. Aunque los ácidos te lo impidan, aunque recorran mi esófago, mis encías se quemen, mis dientes se debiliten y expulse la bilis a través de la boca que me da el placer.
Las noches, las ausencias... La mentira que debilita a los sentidos. Absorta en tu realidad, callada como siempre. Espero un respuesta, cuando me acerco a ti. Por otro lado, sigue jugando.
No quería darme cuenta, no quería ser consciente de la imposibilidad de adentrarme, dentro de esa sociedad, de ese clan. Al principio todo era fácil. Es decir, lo de siempre, conocer, hablar, entablar un vínculo, un nexo.
En medio de la pista, bebiendo, sintiendo el calor de los cuerpos. Las gotas de sudor que se deslizan por la piel, sientes como caen. Son como pequeños escalofríos, en eso se convierten las gotas. En escalofríos, los notas por la espalda, por la frente, en medio de los pechos, por debajo de tu vientre. Pequeñas descargas que incitan al placer del sexo. Desde ahí te observo, y aunque no lo digas, yo también sé que me observas. A veces siento tus ojos clavados en mí. Es imposible no sentirlos, es imposible no verlos...
Voy al baño, a refrescarme, a calmar la corriente. En ese momento suena Gotan Project. Son los tangueros del siglo XXI. Su bandoneón son las mesas de mezcla.
Me acerco de nuevo a la pista, cierro los ojos, entre sueño y realidad presa del alcohol, mis delirios me llevan imaginarte entre mis brazos con la pista desierta en medio, bailando ese nuevo tango... El tango es el canto del dolor, la añoranza, es el fado portugués, el cante hondo de los gitanos. Es el lamento del amor...
Me mareo, siento un vahído, pero al mismo tiempo soy consciente. No puedo manejar mi cuerpo, es como si por sí solo decidiese hacia dónde va. Mientras soy consciente de que caigo. Paroxismos. Paroxismos los que sufro en tu presencia, en tu ausencia.
Siento frío, mis ojos se entreabren poco a poco, mis párpados resbalan por el cristalino viscoso. El lagrimal, suelta a su presa, que resbala por mi mejilla. Consigo despertar del todo... No puedo moverme. Mis pupilas se dilatan para vislumbrar una cúpula abierta. Como en un plano de picado giratorio, la luz penetra en mis ojos. Es como si me hubiese teletransportado a través del vahído a otro lugar más allá de tú pendenciera y endemoniada figura de femme fatal.
No quiero seguir aquí, en este círculo vicioso. En esta maraña de emociones, tejiendo telarañas de rencor resabiado. Con sólo parpadear puedo viajar a través de cada centímetro de tu piel. Pero sólo deseo penetrar en tus ojos. En los ojos de ese felino que nos domina.
Pantera desahuciada, exiliada de su propia tierra.
Hace tiempo que deje de entender el por qué de las cosas. Pero nunca consigo dejar de preguntarme.
Llego a casa, a nuestra casa, después de horas sin saber dónde he estado. Mi cuerpo tiene marcas, quemaduras de cera –no consigo una explicación, pero tampoco le doy importancia- restos de un líquido viscoso casi transparente en mi falda, no dudo que podría ser el flujo interno de un cuerpo, pero no huele a hombre. Me meto en la ducha. Mi cabeza da vueltas. Es un plato ducha, no hay más espacio que para mi cuerpo. El grifo está introducido en su hueco en la pared. Las paredes son azules, azul marino –como tus ojos, no puedo sacarlos de mi cabeza- envueltos en blanco, con alguna ráfaga de dorado. El agua cae de forma torrencial, regulo su temperatura.
Con las manos apoyadas en la pared, de espaldas al agua que cae, y la cabeza hundida entre mis brazos, levanto la cabeza y la giro hasta ponerme de frente al torrente de agua. Siento el agua en mi cara. Deslizo mi espalda por la pared de la ducha hasta caer al suelo. Recojo mis rodillas, las aprieto fuerte contra mi pecho.
No sabría describir exactamente como era estar en la placenta de mi madre. Desconozco la etimología de la palabra placenta, pero me sugiere placer. Puede ser la raíz del placer... En posición fetal, acostada en la ducha, cae el agua en todo mi cuerpo. Las gotas golpean, me golpean. Observo mi mano, la levanto hacia al agua, quiero atrapar el agua, pero se escapa, se desvanece.
Admiro como es de huidiza el agua, juega conmigo, corretea haciendo pequeñas cataratas. Pero apenas intercedes en su camino, sabe dividirse. Abro y cierro el grifo de forma intermitente apenas cierro se seca enseguida, no son como las lágrimas o el sudor de tu piel que se quedan impregnadas en mí... Aunque seas tu quién huyas.
Doy tumbos por el infinito pasillo de la casa, aquella que fue nuestra casa. Sigo sin recordar dónde he estado... Todo se agolpa, todos mis pensamientos sin sentido, como un poema dada. Vienen las palabras solas, y se construyen frases sin sentido pero con un nexo común, como pasa en las familias, en las sociedades y en esos clanes. Corren despiadadas, como cuando pulsas las teclas del ordenador y van saliendo unas detrás de las otras. Resuenan, retumban, zumban en mi cabeza..., las escucho:
“Extraño la inteligencia de la verdad escondida en tus entrañas. Rápido como se desliza el hielo, vacila mi incertidumbre alrededor de los miedos. Kamikaze, sin pensar en más que en ti. Retirar la mitad de los sueños. Omitir la verdad. Morder el deseo. Intensidad de los miedos. Caricaturizar el dolor. Ostentar lo imposible, recordando con impaciencia. Tanto hoy como ayer. Nunca ser como Kafka. Siempre siendo tu. Redención de tus ausencias. Mirar atrás inventando el futuro. Elipsis de mis deseos. Lástima del placer de tus besos, impaciencia por saborearte, saber que estas o no. Alquimia impaciente. Oscuridad. Gente indecisa tocan el origen, esperando las ganas. Oscilan sin un movimiento hacia el placer. Que el silencio pague... Ungir tu alma. Esperar..., nada. Te extraño. Dormir en tu pecho. Noches de estupor.
Me siento enclaustrada. Absorta en tus ojos, busco a la pantera en la oscuridad. Usurpo tu alma. Recorro tu cuerpo, pero todo cambia. Sola. Oscuridad, dos focos de un alma. La carretera húmeda. Asfalto desahuciado. Respirando. Besar tu sexo. Incitarte a la muerte”.
Paran, de nuevo el vacío... Me duermo...
Nada ha sido como he querido. A veces el deseo de no pertenecer a este mundo, de crecer donde no debí crecer. Sin embargo no me arrepiento de la vida que he vivido. Soy lo que soy y he conseguido ser quien soy gracias a lo vivido. Miro a mi familia y siento no pertenecer a esta familia, no hay ese vínculo. Ese vínculo que conseguí contigo en apenas dos horas. Miro a mi madre y siento rabia de haber nacido de su ser –pero no de haber estado en su placenta, por qué no lo recuerdo. Eso debió ser placer- y veo a mi padre y odio lo que podría haber sido. Quizás el placer, debe ser el olvido.
Despierto... Con la boca reseca, absorbo, aspiro, engullo el agua. Buuf!! La resaca, ha hecho estragos en mi cabeza – no provoca el olvido el beber. La resaca te lo recuerda- lo más curioso, es que existen lagunas de largas horas sin saber que me ocurrió.