Ella sabía lo tremendamente hipocondriaco y neurótico que yo podía llegar a resultar, y el daño que causaban en mí todas esas alarmas sociales y el bombardeo constante y sensacionalista de los medios...
Fue una noche de Abril cuando la oí toser -Ella nunca tosía- Y unas horas después comenzó con estornudos y dolor de cabeza.
No tardé en hacerle la maleta y, excusándome lo mejor que podía, la invité a salir de mi piso, así, un domingo a las diez de la noche: la dejaba completamente tirada en una ciudad de la que ella apenas sabía nada...
Se resistió al principio, luego se puso furiosa, y finalmente se derrumbó hasta marcharse completamente abatida -Yo me mantuve firme en todo momento, había tomado una decisión-.
Días después la alarma desapareció, el brote vírico dejó de ser una posible pandemia. Los afectados tan sólo fueron unas pocas decenas de habitantes del tercer mundo, y todo volvió a la normalidad... claro que... cuando la llamé para decirle que volviera a casa conmigo, me mandó a la mierda...