
Llevo una década conviviendo
con una pupila doble.
Me permite ver ángulos, aristas,
matices tamizados de las esquinas.
Mi pupila doble no es fácil de usar.
A veces llega cuando lo desea, cómo
un trombo inesperado,
un derrame.
Mi pupila doble se comunica con otras
pupilas, a veces, también, con mis manos,
que a veces son normales, y a veces ligeras.
Me ha costado tiempo y dolor controlar la pupila,
coexistir con ella: en simbiósis es lo único que se deja.
Llevo una década viendo a través de las moléculas,
sintiéndo más allá de células y neuronas.
Llevo media vida leyendo el lenguaje cifrado
de los minerales y las piedras, a veces, de algún
humano de baja resonancia.
Otras, no.