Yo continué cantando la vieja canción del soldado herido, como si no pasara nada.
A mi lado pasó una señora, ni joven ni mayor, gritando incoherencias, casi todas eran insultos.
No me di por aludido. Siguió de largo, hasta perderse en la lejanía.
Entonces el hombre negro dejó caer algo al andén, algo que llevaba en sus brazos en todo momento, algo que no había visto.
Mi atención estaba focalizada en una invidente que se acercó a las vías peligrosamente, pero alguien la avisó.
Entonces me di cuenta del paquete que el hombre negro había dejado caer a las vías.
Pero pronto llegó el tren y los llantos del pequeño cesaron.